Había una vez…

Un par de adolescentes de apenas 15 años coincidieron en un paseo de la iglesia ACYM. Naara, ya parte activa de la congregación, irradiaba alegría y espontaneidad. Manuel, invitado por su hermano, no imaginaba que ese encuentro marcaría el inicio de una historia escrita por Dios.

Él aún recuerda con claridad a esa chica hermosa y extrovertida, con sus lentes de sol, que lo invitó a jugar vóley. Y aunque no recuerda haberle dicho que no, aquella escena quedó grabada en su memoria como un suave prólogo.

Pasaron los años, y la vida —con sus vueltas y pausas— los volvió a reunir. Esta vez, en la misma iglesia, pero con Manuel ya como miembro. Fue allí donde la amistad floreció mientras servían juntos, compartiendo tiempo, fe y propósito.

Sin embargo, sus caminos tomaron rutas distintas por un tiempo. Lo que ellos no sabían era que, en silencio y con amor paciente, Dios estaba obrando. En medio de procesos personales, desafíos y momentos de búsqueda, Él moldeaba sus corazones. Porque el amor verdadero no nace con prisa; se edifica con propósito.

Y entonces, el reencuentro. En medio del servicio, entre conversaciones sencillas y compañerismo constante, Dios comenzó a entretejer algo más profundo. La preparación para servir también fue una preparación para amarse.

Entre oraciones, risas y miradas que decían más de lo que podían poner en palabras, la confianza creció… y con ella, un amor que ya no podía esconderse. Manuel, con el corazón lleno de certeza, se atrevió a hablar: no de un noviazgo casual, sino de un amor con propósito eterno..

El 16 de mayo de 2024 comenzó oficialmente su noviazgo. Y en el verano de 2025, en Licanray —rodeados de naturaleza, con el volcán como testigo, sus familias presentes y la presencia de Dios envolviéndolo todo— Manuel se arrodilló y preguntó:

Quieres casarte conmigo?”

Naara, con una sonrisa llena de emoción, respondió:

“¡Sí, por supuesto!”

Esperar en Dios ha marcado sus vidas. Saber que Él responde con cosas grandes y ocultas que aún no conocemos, es una certeza en su caminar. Porque con Dios, las sorpresas nunca terminan…

Y este, apenas es el comienzo de su historia